Final Copa Mundial: Italia-Francia, Julio 9 del 2006

 
El dia tan esperado! La final de Fussball! Un polaco
de nombre Paultz – nos hicimos amigos en la borrachera del partido
Alemania Portugal – insistió en que fuéramos al Olympicstadion temprano,
tipo 11AM, para sumarnos a la turba de fanaticos que se congregarían en
el previo al magno evento. Accedí, y a las 11:10AM estaba ya más puesto
que un calcetín.
 
Nos lanzamos raudos y veloces al estadio (poco más
de una hora de viaje desde el campamento) y, ya estando ahí, nos bebimos
unas Berliners con Lambwurst (salchicha de cordero) jinto con unos
italianos escandalosos pintados hasta el cu… tis.
 
De ahí, el partido. Fuimos al Fan Fest (una fiesta
afuera del estadio con pantallas gigantes), donde conocimos a Silvio y
Kevin; un nicaragüense adoptado de niño por un noruego que ahora lo
llevaba a Alemania y un canadiense atípico en su amor por el fútbol si
lo comparamos con el coterráneo promedio y su pasión por el hockey.
 
Es increíble el poder de convocatoria que tiene el
fútbol. Antes de darme cuenta, este evento al aire libre hervía de
fanáticos de ambos equipos; pero además habían multitud de ingleses,
australianos, españoles, ecuatorianos, mexicanos (no se imaginan
cuantos)y hasta de países que no fueron al mundial como Bulgaria,
Canadá, Finlandia…
 
Yo me instalé estratégicamente junto al kiosko de
venta de Berliner (ya le tomé el gusto, y además es muy barata). Ahí,
pedí mi cerveza correspondiente y fue lo último que pagué esa noche.
Entre Silvio y Kevin iniciaron una especia de concurso de embriagamiento
colectivo que tenía muy poco que ver con el fútbol. Empezaron a comprar
cerveza por litro para todos los que estábamos en los alrededores.
 
Conclusión: me contaron que el segundo tiempo estuvo
muy bueno. Los tiempoes extras, junto con la expulsión de Zidane,
pasaron frente a nuestros ojos como un borroso suspiro. La tanda de
penalties fue el éxtasis, con gente saltando y abrazándose eufórica cada
vez que alguien (el que sea) anotaba (o fallaba) el disparo. El tiro
final, sello de la victoria italiana, hizo estallar en gritos de locura a
los cientos que se habían congregado en el lugar. Silvio, Kevin, Pawet y
yo trepamos a una mesa a gritar “Italia!, Italia!, Italia!” con un
empeño que envidiaría en tifosi más recalcitrante de Nápoles. Todo el
mundo se pintó de verde, blanco, rojo… y azul. Fue el caos más
organizado que he visto.
 
Creo haber visto los tenues rayos del sol
anunciando el nacimiento del nuevo día cuando regrese al hostal (si!
conseguí un lugar mucho más decente para quedarme esa noche!)…

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *