Los amigos
Eran las seis cuarenta y siete de la tarde y ya llevaban casi dos horas bebiendo en la misma mesa de la misma esquina de la misma cantina donde cada tres meses se reunían. Bueno, en realidad a veces pasaban cuatro y hasta cinco meses sin que se reunieran, generalmente por conflictos de agenda con excepción de una ocasión del 2020 que pospusieran porque cerraron el bar por pandemia y encima Alfredo estaba enfermo.
Reagendaron, se reunieron en un sótano tan pronto pudieron. Sin embargo, nunca se vieron antes de que se cumplieran al menos esos 90 días. Los años pasaban, y todo parecía estático fuera de un planeado y controlado dinamismo. Compartían las mismas anécdotas, contaban los mismos chistes, y escuchaban las mismas canciones salidas de la vieja rocola Seeburg Matador 1973 que nadie pensó en reemplazar.
Nacho tenía el pelo echado para adelante, a pesar de que tiene más vello en el pecho que cabello en la cabeza. Empezó con ese estilo de peinado hace dos décadas, en ese entonces para “acentuar sus pómulos” según contaba a quien preguntara. El peinado es ahora más un desafortunado intento por cubrirse las entradas que amenazan con convertirlo en el calvo que usan en las fiestas como referencia para orientar amigos: “Las cervezas están allá, en la hielera a la derecha de aquel calvo junto al asador”. Pudieran haber dicho “en la hielera junto al asador”, pero cuál es la gracia de decirlo de manera tan plástica cuando puede uno de paso llamarle al pan, pan al vino, vino y al calvo, calvo.
Pere, un catalán orgulloso de su historia y nación que sin embargo odia al equipo Barcelona, pagó con canas el privilegio de no perder su pelo. Y parte también lo pago con plata, porque esos injertos que le ayudan a mantener un aspecto juvenil a pesar de su entrecana melena no fueron gratis. Sigue jugando al Play como cuando estaba en la preparatoria, en otro intento no asumido por aferrarse a los que considera sus años más felices, donde aún no existían en su vida ni el exigente trabajo mal pagado ni la exesposa vengativa que hoy le limita el acceso a sus hijos, Jaume y Jordy, ambos apasionados hinchas de la escuadra azulgrana. El odio de Pere por el Barcelona emana en gran parte de su lado romántico, de querer ver siempre a los mismos jugadores ganar partidos con base en su pasión por la camiseta, no a contratos millonarios. Perdió el apetito por el deporte, y eventualmente terminó odiándolo cansado de ver jugadores celebrados en su juventud convertidos en directores técnicos viejos e hinchados por años de excesos.
Alfredo fue el arquitecto de la actual amistad del trio, pues de niños se conocían bien. Han mantenido esta tradición desde que les invitó una cerveza con la intención de que se reencontraran. Se llevaron tan bien los tres ese día que se propusieron repetir la reunión. Para la cuarta ocasión decidieron no alternar bares y quedarse en el mismo para las reuniones futuras. Con el tiempo, su mesa favorita se volvió intocable siempre que llamaran a Gustavo, el bartender, para que se las guardara. El “Bar Mucha” no era del tipo donde uno hace reservaciones, pero Gustavo los conocía desde antes de inaugurarlo hace 25 años y sabia lo importante que era para ellos compartir los buenos momentos precisamente en esa mesa. Y Gustavo era un obsesionado de la lealtad y el tribalismo. Para él “Los Amigos” eran su gente.
El día era nublado y pesado. Gustavo tomó una silla y se sentó a beberse una cerveza con ellos. Sabía que los temas de discusión eran generalmente controversiales, entretenidos, y profundos. También se dio cuenta que en la mesa siempre alguien tenía alguna ventaja empírica sobre los demás en cuanto al tema del día. Pero ese día esto no fue el caso. Parecía que ese día todos sabían lo mismo que Gustavo, y quizás Gustavo de suicidio sabía no más que los que se quedan.
Nacho habla del suicidio
Nacho, en los días en que no piensa en su calvicie, es un Economista que ha pasado su vida aplicando reglas macroeconómicas clásicas y neoliberales a sus decisiones diarias. Insiste en que la economía es una disciplina social que, apoyándose en ciencias exactas, intenta describir, explicar, y eventualmente anticipar decisiones humanas relacionadas a la administración eficiente de los recursos escasos. La ciencia económica y el suicidio son dos fenómenos que pueden parecer muy diferentes. Sin embargo, Nacho esgrime la premisa de que existe una relación intrínseca entre ambos que se puede establecer con cierta claridad utilizando teoría económica básica.
Dijo Nacho que, “para entender mejor los diferentes modelos económicos explicativos, los libros de texto empiezan sobre-simplificando escenarios con base en decisiones y actitudes consideradas como racionales. Por ejemplo, la premisa de que cuando existe un bien normal disponible para un individuo este siempre va a preferir más que menos de ese producto (1, ambición infinita). Conforme tiene acceso a mayores cantidades de ese producto, llega un punto (2) en que la satisfacción marginal de la obtención de más cantidad de ese producto empieza a decaer, dando inicio los rendimientos marginales decrecientes. Finalmente, si se le sigue asignando más de ese bien al individuo, llega un punto (3) en que más bien reduce la satisfacción; cada unidad adicional reduce bienestar del individuo. “
(Hizo una pausa en este punto para estar seguro de que no se estaba imaginando la gran atención que los demás ponían en su discurso. Como nadie hizo un intento por hablar, siguió con lo suyo esta vez sin detenerse). La época
“Un ejemplo concreto es nuestra relación con el agua. un bien normal que es además indispensable para la vida. Cuando un individuo tiene cero unidades de agua, la utilidad para él de una gota del líquido es enorme. Una persona sedienta en el desierto a quien se le ofrezca un vaso de agua le asignara un valor muy alto (1), pues le adjudica enorme utilidad personal. Cuando llega a un oasis y se pone a beber con urgencia (2), cada trago inicialmente le hace sentir mayor satisfacción, pero gradualmente también lo hace sentir cada vez más satisfecho. Eventualmente, consumir un trago más de agua lo hará sentirse peor (3). Y si alguien le estuviera empotrando vasos de agua sin pausa eventualmente lo llevaría a un punto extremo: lo ahogaría.
El mismo ejercicio puede aplicarse a un mundo en el que el presupuesto de una entidad puede utilizarse para comprar solamente dos bienes hipotéticos: Cañones (QX) y Mantequilla (QY).
Si la unidad de cañones cuesta $10, la de mantequilla cuesta $5, y el individuo tiene un presupuesto de $50, las combinaciones pueden incluir comprar 5 cañones (5x10 = $50), 10 unidades de mantequilla (10x5 = $50), 3 cañones y 4 mantequillas (3x10 + 4x5 = $50) y así sucesivamente. Uniendo esos puntos en la gráfica de arriba (descrita por Nacho con ayuda del diagrama en su teléfono) que contrasta unidades de cañones con unidades de mantequilla se consigue la línea negra diagonal P que representa el presupuesto de $50.
Las curvas de colores, I, II, y III, representan combinaciones de cañones y mantequilla en las que el consumidor es indiferente (combinaciones de las cuales deriva la misma utilidad total). El consumidor va incrementando su satisfacción/utilidad a medida que las curvas se alejan del centro. Es decir, el individuo deriva utilidad de nivel 1 de la curva I, pero una mayor utilidad - nivel 2 - de las combinaciones en la curva II. Las combinaciones de bienes de la curva III son las que le otorgan mayor satisfacción al individuo. Por lo tanto, el individuo maximiza su satisfacción/utilidad al combinar los dos bienes de forma estratégica sujeto a su presupuesto para alcanzar la curva de indiferencia más alta posible, la curva II en este caso, en el punto rojo donde se intercepta con su limitante, el presupuesto P. En otras palabras, la mayor utilidad que el consumidor puede alcanzar sujeto a un presupuesto P combinando cañones y mantequilla fue la ilustrada por la curva naranja II.
Gran número de teorías económicas básicas del comportamiento colectivo e individual típicamente consideran ciertas condiciones iniciales que se perciben como “normales”. Todas reflejan de una manera u otra una intención de supervivencia (preferir más a menos, preferir un bien sobre otro, desear menos de un bien cuando ya se tiene mucho del mismo, priorizar mis preferencias sobre las de los demás, etc.). Y como sabemos, es normal en nuestra sociedad preferir vivir que morir. Por lo tanto, suicidarse implica rechazar la racionalidad a cambio de un comportamiento que representa más un error en el proceso de toma de decisiones que la conclusión de una serie de eventos que pudieran haberla predicho.”
(Nacho hizo una nueva pausa, esta vez por su propia confusión. Sugerir que la decisión de quitarse la vida es un error implica que no puede modelarse de manera satisfactoria. Y el que los errores en una distribucion normal se cancelen unos con otros no implica que se les pueda modelar individualmente de forma matemática. En suma, fue éste el momento de tomar pérdidas y dar marcha atrás).
“Igual, y a pesar de todo esto, la economía exhibe sus límites al ser incapaz de modelar adecuadamente la psicología humana utilizando ciencias exactas como herramienta de análisis. Las personas operan con severas disonancias cognitivas, aceptando conscientemente un aspecto del proceso de decisión mientras que en el subconsciente lo niegan de manera tácita al aceptar conceptos que abiertamente los contradicen. No se puede modelar lo que no sigue un proceso lógico, y por lo tanto escapa a mi disciplina de vida. No sé qué más podría decir ahora que hemos llegado a este punto.”
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Nacho se vio fuera de su área de confort. El colofón de la disonancia cognitiva lo dejó claro. Su intento por modelar una decisión humana de este nivel de complejidad fue un evidente fracaso. Dio un trago largo a su cerveza, claramente buscando hacer tiempo para que alguien lo rescatara. El problema es que ese día, en esos momentos, los silencios eran cómodos. Lo incómodo era hablar sin saber. Y ya le tocaría a otro hacerlo.
Pere habla del suicidio
No le pareció adecuado este análisis a Pere, pero escuchó paciente y atentamente a su amigo Nacho tejer la red de su propia confusión sólo para terminar ahorcado con ella. Pere también estudió Economía, pero redirigió su carrera hacia el rubro de finanzas en cuanto tuvo oportunidad. Apenas unos meses después de graduarse, tomó $600 USD que le quedaron del costo del auto usado que compró para irse a buscar trabajo a la ciudad. Tuvo que vivir un tiempo en casa de parientes, durmiendo en un colchón en la lavandería, hasta que eventualmente consiguió trabajo y se pudo mudar a su propio piso (se rehusaría toda la vida a llamarle “apartamento”). Para Pere, la Economía no es una ciencia que pueda explicar fenómenos tan humanos como el suicidio. Sin embargo, aspectos derivados de su funcionamiento en el ámbito social pueden tener un impacto material en las decisiones de vida de los individuos.
Dijo Pere que “la ciencia económica es bastante inútil como herramienta de explicación del fenómeno del suicidio. Acotó que, en todo caso, las condiciones económicas pueden ser más bien un factor relevante en el proceso de toma de decisión de un individuo. Estas condiciones tienen la capacidad de influir en el suicidio a través de dos mecanismos principales:
1. El impacto de las variables económicas sobre la salud mental: Las personas que viven en condiciones económicas adversas tienen un mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental como depresión, ansiedad, y estrés. Estos problemas pueden aumentar el riesgo de suicidio.
2. El impacto de las políticas económicas sobre la vida cotidiana: Las políticas económicas pueden tener un impacto directo en la vida cotidiana de las personas, afectando su nivel de ingresos, empleo, acceso a servicios básicos, etc. Estos factores pueden, a su vez, influir en el riesgo de suicidio.
(Nacho intentaba mantener su atención en las palabras de su amigo. Pero una parte de su mente seguía luchando con la telaraña de sus propios intentos de entender lo que pasó. Gustavo, en cambio, no volteó a la barra ni por un segundo. Lo fruncido de su ceño denotaba interés y esfuerzo, pero también un dejo de frustración por no comprender muchos de los términos que Pere utilizaba en su discurso.)
Así, algunos de los factores económicos relacionados con el suicidio son el desempleo y la pobreza.
El desempleo, para empezar, es uno de los factores económicos más relacionados al suicidio. “
(“Para empezar…” se dijo de manera inaudible Nacho a si mismo).
“Las personas desempleadas tienen un mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental, como depresión y ansiedad. Sin embargo, estos desordenes no derivan usualmente de la reducción del poder adquisitivo en sí. Es mucho más relevante la pérdida del sentido de propósito en este contexto. Los problemas económicos derivados de no tener una fuente de ingresos son importantes, pero el costo social que las castas capitalistas modernas imponen al afectado es enorme. Quien se queda sin trabajo de manera involuntaria pronto se queda sin la mayoría de sus amigos, sin la admiración de su familia y pareja, y sin una parte importante de su autoestima. Un recorte laboral puede marcar el inicio de una muerte lenta del propósito, las ilusiones, los sueños… Las promesas de niño de que todos teníamos una oportunidad real de ser estrella de rocanrol, presidente de la nación, exitoso jugador de fútbol, popular artista reconocido… Todo se va desmoronando conforme pasa el tiempo. La edad año con año te recuerda que una por una estas opciones van expirando. Pero al menos tenemos estabilidad económica, ¿no? Digo, hasta que incluso ella nos deja, y conocemos la pobreza.
De hecho, como listaba hace unos minutos, la pobreza también se relaciona con el suicidio. Las personas que viven en este estrato tienen un mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental teniendo acceso limitado a servicios de salud. Vivir en este estado, además sin una red de apoyo social, puede fácilmente derivar en condiciones que conduzcan eventualmente a la intención de quitarse la vida.
Luego tenemos la desigualdad económica, que algunos estudios concluyen puede aumentar el riesgo de suicidio. Las personas que viven en sociedades con alta desigualdad económica tienen un mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental, como depresión y ansiedad. Compararse con otros a quienes aparentemente la vida ha tratado mejor es un ejercicio peligroso, que puede tener consecuencias muy negativas para la autoestima.
Finalmente, los cambios económicos bruscos, como las crisis económicas y las guerras, también pueden aumentar el riesgo de suicidio. Estos cambios pueden provocar un aumento del desempleo, la pobreza y la desigualdad económica, lo que puede tener un impacto negativo en la salud mental de personas que viven situaciones como las que mencioné.”
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Hacia el final de su discurso Pere terminó de darse cuenta de que estaba simplemente lanzando premisas a la pared con base en uno de los pocos temas en que se siente calificado para opinar intentando ver cuál se quedaba pegada. Listar factores y describirlos en el contexto analizado no explicó nada. No atinó a mencionar elementos lógicos que le ayudaran a entender el fenómeno ni que explicaran las razones detrás de esta decisión al grupo. Estaba tan desorientado como los demás, y nada de lo que pudo haber dicho iba a llenar ese vacío.
Esta vez el silencio fue más largo. Los tragos habían estado desfilando frente a ellos con tal rapidez que el giste ya no llegaba a bajar sin que se acabaran al menos media pinta de cerveza. Una sensación de desesperanza se había apoderado ya del lugar. “High and Dry” de Radiohead sonaba de fondo. Pere pensó que al menos no era “Dreams” de Cranberries porque quizás no hubiera podido terminar de hablar sin que se le quebrara la voz. Alfredo se fue sin decir nada. Desapareció como asteroide antediluviano de cuya existencia sólo existe un enorme hueco que dejó a los que se quedaron. Más bien, un hueco que dejó en los que se quedaron.
Gustavo
Gustavo no era el típico barman. Hablaba poco. Tenía una mirada taciturna de color amarillo oscuro. Atendía con velocidad y eficiencia, pero rara vez se entretenía con sus clientes. Hacía excepción con “Los Amigos” porque los consideraba de su tribu. Tenía tantos años de conocerlos que ya pensaba en ellos como su familia extendida. Nadie los conocía mejor, individualmente. Quizás por eso se animó a quebrarle las esquinas al silencio, inicialmente de manera tímida. Luego, poco a poco endureciendo el puño sobre la mesa mientras miraba el espacio entre Pere y Nacho.
Dijo Gustavo, dejando en el tono notar irritación y tristeza: “Todo lo que han concluido importa menos que la basura del bar hoy. Los modelos económicos, las teorías científicas, los datos de computadora… todo se basa en adivinanzas, inventos, y estudios de los institutos de gobierno y las grandes corporaciones sobre lo que una persona debería hacer ante una decisión tan difícil y personal.
Podemos suponer que una persona se enfrenta a una decisión suicida porque ya le da lo mismo morir que seguir viviendo. También se puede argumentar que un desempleado, especialmente si es pobre y solitario, tiene mayor probabilidad de intentar suicidarse. Sin embargo, no tenemos nadie en esta mesa con capacidad ni manera de calcular la angustia, la sensación de abandono, la inseguridad, el sentimiento de derrota, la nostalgia, la vergüenza, la miseria... Todo nos marca de por vida. Todo se queda. Nada se supera, solo aprendemos a vivir con ello mientras el impacto se va apagando con el paso del tiempo, aplastado bajo la maldita monserga del día a día.
Todo lo importante se olvida. Y lo que se recuerda, se recuerda mal. Por qué alguien cometería suicidio sigue siendo un misterio sin resolver para los que se quedan. El sufrimiento de quien ha perdido un ser querido de esta forma es enorme, y totalmente fuera del alcance del entendimiento de nosotros que no lo hemos vivido en carne propia. Es de los últimos temas que aún se consideran mala palabra en nuestra sociedad, y quizás uno de los que más debería discutirse. Nos toca aceptar que quienes mejor pudieran hablar al respecto ya no están con nosotros. Estoy triste, extraño a Alfredo. Y sé que ustedes también. Quizás ustedes lo extrañen más que yo, que nunca tuve tiempo de sentarme a beber con ustedes, pero sepan que me consolaba pensando que siempre habría una próxima oportunidad. Hoy el bar estaba muy lleno, y yo muy ocupado. Pero créanme que, a ustedes, hombres de éxito y familia, no les va a hacer más falta que a mí.”
(Nacho y Pere fueron gradualmente bajando la mirada hacia la mesa mientras su querido amigo Alfredo les hablaba a través del bartender. Ninguno de los dos tenía una relación muy cercana con Gustavo, ni se imaginaba lo importante que eran para él, a pesar de haberse dado cuenta esa noche lo mucho que quería a Alfredo).
Dijo Gustavo, ”me tomo el atrevimiento de ser yo quien brinde por Alfredo; por la nota que no nos dejó, por las razones que no nos dio, y por las cervezas que bebieron aquí con él. No creo que esas tonterías de que “nos mira con una sonrisa desde el cielo” o “ya está en un mejor lugar”. Pienso que lo que fue, fue. Y el que se distrajo, se lo perdió. A mi me distrajo el trabajo y esta maldita introversión que me ha dado mucho, pero que me ha quitado más.”
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Los años siguieron machacándoles la vida como nunca había dejado de hacerlo.
Pere terminó mudándose a Montreal en pos de una oportunidad laboral que había estado posponiendo considerar por no separarse de sus hijos. Con lo poco que puede verlos en persona, ya no había diferencia entre una videollamada desde allá y una que tomara desde la misma ciudad. Solo volvía al pueblo para pasar las fiestas decembrinas con sus hijos, condición que un Juez impuso a su esposa a cambio de las demás concesiones.
Nacho volvió a la universidad y se graduó con honores antes del tiempo típico requerido. Tras unos años en el sector público, volvió a su alma mater como profesor. Eventualmente dejó la bebida, y murió poco después congelado mientras esperaba el autobús. Se quedó dormido por la hipotermia sin darse cuenta de que el calentador había dejado de funcionar.
Gustavo siguió de bartender del “Bar Mucha” hasta que la diabetes le empeoró tanto que le amputaron la segunda pierna y tuvo que retirarse. Pasó el resto de sus días en el asilo de ancianos que en su momento lo recibió a pesar de tener casi 10 años menos que el menor de los inquilinos.
Hay días que parecen grises. Hay días que se sienten grises. Y hay días que son grises. Pero para quien no ve, para quien no siente, y para quien ya no puede, todos son iguales.